CONSEJO PONTIFICIO PARA LA
FAMILIA
LA FAMILIA CRISTIANA:
UNA BUENA NUEVA PARA EL TERCER MILENIO
Temas de reflexión y diálogo como
preparación
al IV Encuentro Mundial de las
Familias
(Manila, 25-26 de enero de 2003)
En la visión cristiana del matrimonio, la relación
entre un hombre y una mujer —relación recíproca y total, única e indisoluble—
responde al proyecto primitivo de Dios, ofuscado en la historia por la «dureza
de corazón», pero que Cristo ha venido a restaurar en su esplendor originario,
revelando lo que Dios ha querido «desde el principio» (cf. Mt 19,8). En el
matrimonio, elevado a la dignidad de Sacramento, se expresa además el «gran
misterio» del amor esponsal de Cristo a su Iglesia (cf. Ef 5,32).
En este punto la Iglesia no puede ceder a las
presiones de una cierta cultura, aunque sea muy extendida y a veces «militante».
Conviene más bien procurar que, mediante una educación evangélica cada vez más
completa, las familias cristianas ofrezcan un ejemplo convincente de la
posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de
Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto la de los
cónyuges como, sobre todo, la de los más frágiles que son los hijos. Las
familias mismas deben ser cada vez más conscientes de la atención debida a los
hijos y hacerse promotores de una eficaz presencia eclesial y social para
tutelar sus derechos.
Corresponde también a los cristianos el deber de
anunciar con alegría y convicción la «buena nueva» sobre la familia, que tiene
absoluta necesidad de escuchar siempre de nuevo y de entender cada vez mejor las
palabras auténticas que le revelan su identidad, sus recursos
interiores.
PRESENTACIÓN
He aquí el subsidio que ofrecemos, a la misma manera
de los precedentes Encuentros Mundiales, como instrumento de reflexión y de
meditación, de diálogo y de oración, en preparación del IV Encuentro Mundial de
las Familias, que tendrá lugar en Manila (Filipinas) los días 25 y 26 de enero
de 2003.
Este IV Encuentro Mundial es continuación del
primero, efectuado en Roma durante el Año de la Familia (1994), del segundo, que
tuvo lugar en Río de Janeiro en el 1997, y del tercero, celebrado en Roma en el
mes de octubre de 2000 (Jubileo de las Familias).
El lema inspirador: «La familia cristiana: una
buena nueva para el tercer milenio», ha sido escogido por el Santo Padre
Juan Pablo II. Su Santidad, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, dice:
«La relación entre un hombre y una mujer —relación recíproca y total, única e
indisoluble— responde al proyecto primitivo de Dios».Como consecuencia, continúa
el Papa, «en este punto la Iglesia no puede ceder a las presiones de una cierta
cultura, aunque sea muy extendida y a veces militante»(n. 47). Este misterio del
«principio», revelado a los cónyuges en el amor de Cristo a su Iglesia, es
acogido en la Palabra y en el sacramento y los hace testigos de la Buena Nueva
en la vida de familia.
Las fichas que siguen, en número de 12, desarrollan
las temáticas más significativas relacionadas con la familia cristiana como
buena nueva. Las propuestas presentadas, en forma sintética y fácil, reproponen
temas fundamentales de la enseñanza de la Iglesia y han sido extraídas, casi
siempre textualmente, de los documentos más recientes, especialmente del
Concilio Vaticano II y del Pontificado de Juan Pablo II.
Estos subsidios pueden ser utilizados como guías por
los agentes de pastoral familiar, en un encuentro de reflexión y de diálogo, a
realizarse preferentemente en las asambleas familiares, adaptando los temas a
las diversas culturas y a los contextos sociales locales. Estas asambleas
familiares consisten en reuniones de grupos de familias, padres e hijos, durante
las cuales, con la ayuda de un guía se reflexiona sobre los temas propuestos.
La estructura de cada reunión es muy sencilla: después de un canto para
comenzar y de la oración del Padre Nuestro, se lee un trozo de las Sagradas
Escrituras. Se pasa entonces a la lectura del tema y seguidamente el sacerdote o
el guía pueden hacer una breve reflexión que introduzca al diálogo de los
participantes y a la adopción de un compromiso. La reunión termina con la
recitación del Ave María, de la Plegaria por la Familia y con un canto final.
Los temas de reflexión y diálogo son adecuados para
la preparación a las temáticas del Encuentro Mundial de las Familias, sea para
aquellos que llegarán a Manila para el 25 y 26 de enero de 2003, como para
aquellas familias que celebrarán el Encuentro en las respectivas Diócesis.
* * * * *
ÍNDICE
I. La familia acoge y anuncia la Buena Nueva
II. La familia cristiana, testigo de la alianza
pascual
III. La familia, corazón de la evangelización
IV. La familia cristiana, iglesia doméstica
V. La santidad de la familia al servicio del
Evangelio
VI. La Eucaristía, signo y alimento para el amor
conyugal sin límites
VII. Reconciliación y perdón en la familia
VIII. La familia, comunidad de oración
IX. La familia, nucleo y fuente de bien social
X. La familia y el amor por los más débiles
XI. La familia prepara y sigue a las familias jóvenes
XII. La familia, santuario de la vida
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I.
LA FAMILIA ACOGE Y ANUNCIA
LA BUENA NUEVA
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le
cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el
alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y
vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del
Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El
ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para
todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el
Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre.” Y de pronto se juntó con el ángel una
multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en
las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.”» (Lucas
2, 6-14).
Reflexión
La Iglesia Madre engendra, educa, edifica la familia
cristiana. Con el anuncio de la Palabra de Dios, revela a la familia cristiana
su verdadera identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor; con la
celebración de los sacramentos, la Iglesia enriquece y corrobora a la familia
cristiana con la gracia de Cristo; con la renovada proclamación del mandamiento
nuevo de la caridad, la Iglesia anima y guía a la familia cristiana al servicio
del amor, para que imite y reviva el mismo amor de donación y sacrificio que el
Señor Jesús nutre hacia toda la humanidad.
La familia acoge y anuncia la
Palabra
Por su parte la familia cristiana está insertada de
tal forma en el misterio de la Iglesia que participa, a su manera, en la misión
de salvación que es propia de la Iglesia: acoge y anuncia la Palabra de Dios. Se
hace así, cada día más, una comunidad creyente y evangelizadora.
También a los esposos y padres cristianos se exige la
obediencia a la fe (cf. Rm 16, 26), ya que son llamados a acoger la Palabra del
Señor que les revela la estupenda novedad —la Buena Nueva— de su vida conyugal y
familiar, que Cristo ha hecho santa y santificadora. En efecto, solamente
mediante la fe ellos pueden descubrir y admirar con gozosa gratitud a qué
dignidad ha elevado Dios el matrimonio y la familia, constituyéndolos en signo y
lugar de la alianza de amor entre Dios y los hombres, entre Jesucristo y la
Iglesia esposa suya.
La misma preparación al matrimonio cristiano se
califica ya como un itinerario de fe. Es, en efecto, una ocasión privilegiada
para que los novios vuelvan a descubrir y profundicen la fe recibida en el
Bautismo y alimentada con la educación cristiana. De esta manera reconocen y
acogen libremente la vocación a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al
Reino de Dios en el estado matrimonial.
En la vida diaria de cada jornada
El momento fundamental de la fe de los esposos está
en la celebración del sacramento del matrimonio, que en el fondo de su
naturaleza es la proclamación, dentro de la Iglesia, de la Buena Nueva sobre el
amor conyugal. Es la Palabra de Dios que «revela» y «culmina» el proyecto sabio
y amoroso que Dios tiene sobre los esposos, llamados a la misteriosa y real
participación en el amor mismo de Dios hacia la humanidad. Si la celebración
sacramental del matrimonio es una proclamación de la Palabra de Dios, hecha
dentro y con la Iglesia, comunidad de creyentes, ha de ser también continuada en
la vida de los esposos y de la familia. En efecto, Dios que ha llamado a los
esposos «al» matrimonio, continúa a llamarlos «en el» matrimonio. Dentro y a
través de los hechos, los problemas, las dificultades, los acontecimientos de la
existencia de cada día, Dios viene a ellos, revelando y proponiendo las
«exigencias» concretas de su participación en el amor de Cristo por su Iglesia,
de acuerdo con la particular situación —familiar, social y eclesial— en la que
se encuentran.
En la medida en que la familia cristiana acoge el
Evangelio y madura en la fe, se hace comunidad evangelizadora. La familia, al
igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y
desde donde éste se irradia. Dentro pues de una familia consciente de esta
misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los
padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez
recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido. Una familia así se
hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive.
En el seno del apostolado evangelizador de los
seglares, es imposible dejar de subrayar la acción evangelizadora de la familia.
En efecto, la futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia
doméstica. Esta actividad apostólica de la familia está enraizada en el Bautismo
y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una nueva fuerza para
transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual según el plan
de Dios. El porvenir de la humanidad está en manos de las familias que saben dar
a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Porqué se dice que la familia acoge la Palabra de
Dios?
· ¿Cómo ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, cómo acogerla,
vivirla y proclamarla al mundo con nuestra palabra y el testimonio de la vida?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
II.
LA FAMILIA
CRISTIANA, TESTIGO DE LA ALIANZA PASCUAL
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a
la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola
mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela
resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida,
sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a
sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie
aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño,
lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la
Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a
sí mismo; y la mujer, que respete al marido» (Ef 5, 25-33).
Reflexión
La familia cristiana, hoy sobre todo, tiene una
especial vocación a ser testigo de la alianza pascual de Cristo, mediante la
constante irradiación de la alegría del amor y de la certeza de la esperanza, de
la que debe dar razón: la familia cristiana proclama en voz alta tanto las
presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida
bienaventurada.
Signo de la Alianza Pascual
La Iglesia profesa que el matrimonio, como sacramento
de la alianza de los esposos, es un «gran misterio», ya que en él se manifiesta
el amor esponsal de Cristo por su Iglesia. Dice san Pablo: «Maridos, amad a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la
palabra» (Ef 5, 25-26). El Apóstol se refiere aquí al bautismo, del cual trata
ampliamente en la carta a los Romanos, presentándolo como participación en la
muerte de Cristo para compartir su vida (cf. Rm 6, 3-4). En este sacramento el
creyente nace como hombre nuevo, pues el bautismo tiene el poder de transmitir
una vida nueva, la vida misma de Dios. El misterio de Dios-hombre se compendia,
en cierto modo, en el acontecimiento bautismal: «Jesucristo nuestro Señor, Hijo
de Dios —dirá más tarde san Ireneo, y con él varios Padres de la Iglesia de
Oriente y de Occidente— se hizo hijo del hombre para que el hombre pudiera
llegar a ser hijo de Dios» (cf. Adversus haereses III, 10, 2: PG 7, 873).
Cristo Esposo de la Iglesia
Hay ciertamente un nuevo modo de presentar la verdad
eterna sobre el matrimonio y la familia a la luz de la nueva alianza. Cristo la
reveló en el evangelio, con su presencia en Caná de Galilea, con el sacrificio
de la cruz y los sacramentos de su Iglesia. Así, los esposos tienen en Cristo un
punto de referencia para su amor esponsal. Al hablar de Cristo esposo de la
Iglesia, san Pablo se refiere de modo análogo al amor esponsal y alude al libro
del Génesis: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer, y se harán una sola carne» (Gn 2, 24). Éste es el «gran misterio» del
amor eterno ya presente antes en la creación, revelado en Cristo y confiado a la
Iglesia. «Gran misterio es éste —repite el Apóstol—, lo digo respecto a Cristo y
la Iglesia» (Ef 5, 32). No se puede, pues, comprender a la Iglesia como cuerpo
místico de Cristo, como signo de la alianza del hombre con Dios en Cristo, como
sacramento universal de salvación, sin hacer referencia al «gran misterio»,
unido a la creación del hombre varón y mujer, y a su vocación para el amor
conyugal, a la paternidad y a la maternidad. No existe el «gran misterio», que
es la Iglesia y la humanidad en Cristo, sin el «gran misterio» expresado en el
ser «una sola carne» (cf. Gn 2, 24; Ef 5, 31-32), es decir, en la realidad del
matrimonio y de la familia.
Familia, gran misterio
La familia misma es el gran misterio de Dios. Como
«iglesia doméstica», es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro de
ella cada Iglesia particular, se manifiesta más inmediatamente como esposa de
Cristo en la «iglesia doméstica» y en el amor que se vive en ella: amor
conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de una comunidad de
personas y de generaciones. ¿Acaso se puede imaginar el amor humano sin el
esposo y sin el amor con que él amó primero hasta el extremo? Sólo si participan
en este amor y en este «gran misterio» los esposos pueden amar «hasta el
extremo»: o se hacen partícipes del mismo, o bien no conocen verdaderamente lo
que es el amor y la radicalidad de sus exigencias.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Porqué en la vida conyugal los cónyuges
testimonian el misterio de la alianza pascual entre Cristo y su Iglesia?
· ¿Cómo se hace presente la respuesta de amor a
Cristo en nuestra familia?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
III.
LA FAMILIA, CORAZÓN DE LA
EVANGELIZACIÓN
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y
su fama se extendió por toda la región. El iba enseñando en sus sinagogas,
alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre,
entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le
entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el
pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 14-19)
Reflexión
Entre los cometidos fundamentales de la familia
cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio de la
edificación del Reino de Dios en la historia, mediante la participación en la
vida y misión de la Iglesia. Está llamada a tomar parte viva y responsable en la
misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio
de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima
de vida y de amor.
Comunidad de vida y amor
Si la familia cristiana es comunidad cuyos vínculos
son renovados por Cristo mediante la fe y los sacramentos, su participación en
la misión de la Iglesia debe realizarse según una modalidad comunitaria; juntos,
pues, los cónyuges en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto familia, han
de vivir su servicio a la Iglesia y al mundo. Deben ser en la fe «un corazón y
un alma sola» (Hch 4, 32), mediante el común espíritu apostólico que los anima y
la colaboración que los empeña en las obras de servicio a la comunidad eclesial
y civil.
La familia cristiana edifica además el Reino de Dios en la historia
mediante esas mismas realidades cotidianas que tocan y distinguen su condición
de vida. Es por ello en el amor conyugal y familiar —vivido en su extraordinaria
riqueza de valores y exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad—
donde se expresa y realiza la participación de la familia cristiana en la misión
profética, sacerdotal y real de Jesucristo y de su Iglesia. El amor y la vida
constituyen por lo tanto el núcleo de la misión salvífica de la familia
cristiana en la Iglesia y para la Iglesia.
Familia, sujeto de evangelización
Lo recuerda también el Concilio Vaticano II cuando
dice que la familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus
riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el
matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y
la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la
auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la
unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus
miembros.
Participando así en la vida y en la misión eclesial, la familia
está llamada a desempeñar su deber educativo en la Iglesia. Ésta desea educar
sobre todo por medio de la familia, habilitada para ello por el sacramento, con
la correlativa «gracia de estado» y el específico «carisma» de la comunidad
familiar.
La educación religiosa
Uno de los campos en los que la familia es
insustituible es ciertamente el de la educación religiosa, gracias a la cual la
familia crece como «iglesia doméstica». La educación religiosa y la catequesis
de los hijos sitúan a la familia en el ámbito de la Iglesia como un verdadero
sujeto de evangelización y de apostolado. Se trata de un derecho relacionado
íntimamente con el principio de la libertad religiosa. Las familias, y más
concretamente los padres, tienen la libre facultad de escoger para sus hijos un
determinado modelo de educación religiosa y moral, de acuerdo con las propias
convicciones. Pero incluso cuando confían estos cometidos a instituciones
eclesiásticas o a escuelas dirigidas por personal religioso, es necesario que su
presencia educativa siga siendo constante y activa.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Porqué los padres son los primeros y principales
educadores de los hijos y porqué tal educación es un derecho-deber de ellos?
· ¿Los padres son conscientes de la responsabilidad
de ser los primeros evangelizadores de sus hijos, comunicándoles la fe
cristiana?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
IV.
LA FAMILIA CRISTIANA,
IGLESIA DOMÉSTICA
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a
una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando,
le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se conturbó
por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
“No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en
el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será
grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no
tendrá fin”» (Lc 1, 26-33).
Reflexión
Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada
Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios».
Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los
que, con toda su casa, habían llegado a ser creyentes (cf. Hch 18,8). Cuando se
convertían deseaban también que se salvase toda su casa (cf. Hch 16,31 y 11,14).
Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no
creyente.
En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño
e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia
primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio
Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, «Ecclesia domestica»
- Iglesia doméstica (LG, 11; cf. FC, 21). En el seno de la familia, los padres
han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y
con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con
especial cuidado, la vocación a la vida consagrada.
Sacerdocio bautismal y catequesis
familiar
Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el
sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos
los miembros de la familia, en la recepción de los sacramentos, en la oración y
en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y
el amor que se traduce en obras. El hogar es así la primera escuela de vida
cristiana y escuela del más rico humanismo. Aquí se aprende la paciencia y el
gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y
sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.
La absoluta necesidad de la catequesis familiar surge
con singular fuerza en determinadas situaciones, que la Iglesia constata por
desgracia en diversos lugares: en los lugares donde una legislación
antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde ha
cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de resultar
prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa, la «Iglesia doméstica»
es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica
catequesis.
Apertura a los lejanos
La familia es la Iglesia doméstica llamada también a
ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para los
«alejados», para las familias que no creen todavía y para las familias
cristianas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada con su
ejemplo y testimonio a iluminar a los que buscan la verdad. Así como ya al
principio del cristianismo Aquila y Priscila (cf. Hch 18; Rm 16, 3-4), así la
Iglesia testimonia hoy su incesante novedad y vigor con la presencia de cónyuges
y familias cristianas que, al menos durante un cierto período de tiempo, van a
tierras de misión a anunciar el Evangelio, sirviendo al hombre por amor de
Jesucristo.
Muchas personas viven sin familia humana, con
frecuencia a causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación
según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de
manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares,
«iglesias domésticas» y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. Nadie
se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos,
especialmente para cuantos están «fatigados y agobiados» (Mt 11, 28).
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Qué significa, en la vida diaria, ser «iglesia
doméstica»?
· Nuestra familia ¿vive la apertura a los lejanos y
hacia los que se encuentran solos? Modos concretos de ayudar a los otros.
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
V.
LA SANTIDAD DE LA FAMILIA
AL SERVICIO DEL EVANGELIO
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Por último, estando a la mesa los once discípulos,
se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por
no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: “Id por todo
el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que
acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en
lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les
hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”» (Mc 16,
14-18).
Reflexión
Mediante el sacramento del matrimonio, en el cual
está enraizada y de la que se alimenta, la familia es vivificada continuamente
por el Señor y es llamada e invitada al diálogo con Dios mediante la vida
sacramental, el ofrecimiento de la propia vida y oración.
Fuente y medio original de santificación propia para
los cónyuges y para la familia cristiana es el sacramento del matrimonio, que
presupone y especifica la gracia santificadora del bautismo. En virtud del
misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el que el matrimonio
cristiano se sitúa de nuevo, el amor conyugal es purificado y santificado: el
Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don
especial de la gracia y la caridad.
Jesús permanece con ellos
El don de Jesucristo no se agota en la celebración
del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de
toda su existencia. Jesucristo permanece con ellos para que los esposos, con su
mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y
se entregó por ella... Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente
sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento
especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos
del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad,
llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por
tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.
La vocación universal a la santidad está dirigida
también a los cónyuges y padres cristianos. Para ellos está especificada por el
sacramento celebrado y traducida concretamente en las realidades propias de la
existencia conyugal y familiar. De ahí nacen la gracia y la exigencia de una
auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar, que ha de inspirarse en
los motivos de la creación, de la alianza, de la cruz, de la resurrección y del
signo.
Testigos del «Evangelio de la
familia»
Y como del sacramento derivan para los cónyuges el
don y el deber de vivir cotidianamente la santificación recibida, del mismo
sacramento brotan también la gracia y el compromiso moral de transformar toda su
vida en un continuo sacrificio espiritual. También a los esposos y padres
cristianos, de modo especial en esas realidades terrenas y temporales que los
caracterizan, se aplican las palabras del Concilio: también los laicos, como
adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios.
En nuestra época, como en el pasado, no faltan
testigos del «evangelio de la familia», aunque no sean conocidos o no hayan sido
proclamados santos por la Iglesia. Es sobre todo a los testigos a quienes, en la
Iglesia, se confía el tesoro de la familia: a los padres y madres, hijos e
hijas, que a través de la familia han encontrado el camino de su vocación humana
y cristiana, la dimensión del «hombre interior» (Ef 3, 16), de la que habla el
Apóstol, y han alcanzado así la santidad. La Sagrada Familia es el comienzo de
muchas otras familias santas. El Concilio ha recordado que la santidad es la
vocación universal de los bautizados.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Qué quiere decir que los esposos son llamados a la
santidad?
· ¿Cómo responder a tal llamada en la vida diaria?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
VI.
LA EUCARISTÍA, SIGNO Y
ALIMENTO PARA EL AMOR CONYUGAL SIN LÍMITES
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os
digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y
mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en
mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el
Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no
como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá
para siempre”» (Jn 6, 53-58).
Reflexión
Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana,
el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda
vida cristiana. La participación en la naturaleza divina que los hombres reciben
como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el
crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en
el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son
alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio
de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más
abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la
caridad.
Raíz y fuerza de la alianza
conyugal
La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a
los cristianos como familia de Dios entorno a la mesa de la Palabra y del Pan de
vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión. Es el lugar
privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente.
Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se
convierte también en el día de la Iglesia.
El deber de santificación de la familia cristiana
tiene su primera raíz en el bautismo y su expresión máxima en la Eucaristía, a
la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano.
La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio
cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de
Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz (cf. Jn 19,
34). Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos
encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde
dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de
Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don
eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el fundamento y el alma de
su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los diversos
miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de
la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo
«entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del
dinamismo apostólico de la familia cristiana.
Potencia educativa de la
Eucaristía
La Eucaristía es un sacramento verdaderamente
admirable. En él se ha quedado Cristo mismo como alimento y bebida, como fuente
de poder salvífico para nosotros. Nos lo ha dejado para que tuviéramos vida y la
tuviéramos en abundancia (cf. Jn 10, 10): la vida que tiene él y que nos ha
transmitido con el don del Espíritu, resucitando al tercer día después de la
muerte. Es efectivamente para nosotros la vida que procede de él. Cristo está
cerca. Y todavía más, él es el Emmanuel, Dios con nosotros, cuando os acercáis a
la mesa eucarística. Puede suceder que, como en Emaús, se le reconozca solamente
en la «fracción del pan» (cf. Lc 24, 35). A veces también él está durante mucho
tiempo ante la puerta y llama, esperando que la puerta se abra para poder entrar
y cenar con nosotros (cf. Ap 3, 20). Su última cena y sus palabras pronunciadas
entonces conservan toda la fuerza y la sabiduría del sacrificio de la cruz. No
existe otra fuerza ni otra sabiduría por medio de las cuales podamos salvarnos y
podamos contribuir a salvar a los demás. No hay otra fuerza ni otra sabiduría
mediante las cuales vosotros, padres, podáis educar a vuestros hijos y también a
vosotros mismos. La fuerza educativa de la Eucaristía se ha consolidado a través
de las generaciones y de los siglos.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Porqué la Eucaristía es fuente y cima de la vida
cristiana?
· ¿Cuál es el lugar de la Eucaristía en la vida
familiar?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
VII.
RECONCILIACIÓN Y PERDÓN EN
LA FAMILIA
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en
otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de
Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando
el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los
mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo
Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo,
por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar
la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues
por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2,
13-18).
Reflexión
Parte esencial y permanente del cometido de
santificación de la familia cristiana es la acogida de la llamada evangélica a
la conversión, dirigida a todos los cristianos que no siempre permanecen fieles
a la «novedad» del bautismo que los ha hecho «santos». Al negarse con frecuencia
a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a
su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia
persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.
Tampoco la familia es siempre coherente con la ley de la gracia y de la santidad
bautismal, proclamada nuevamente en el sacramento del matrimonio.
Conflictos y reconciliación en
familia
La comunión familiar puede ser conservada y
perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una
pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la
tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el
egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a
veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas
formas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está
llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la
«reconciliación», esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente
encontrada. En particular la participación en el sacramento de la reconciliación
y en el banquete del único Cuerpo de Cristo ofrece a la familia cristiana la
gracia y la responsabilidad de superar toda división y caminar hacia la plena
verdad de la comunión querida por Dios, respondiendo así al vivísimo deseo del
Señor: que «todos sean una sola cosa» (Jn 17, 21).
Sacramento de la Penitencia y paz en
familia
El arrepentimiento y perdón mutuo dentro de la
familia cristiana que tanta parte tienen en la vida cotidiana, hallan su momento
sacramental específico en la Penitencia cristiana. Respecto de los cónyuges
cristianos, así escribía Pablo VI en la encíclica Humanae vitae: «Y si el pecado
les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde
perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la
Penitencia» (n. 25).
Hay que descubrir a Cristo como mysterium pietatis,
en el que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente
consigo. Éste es el rostro de Cristo que conviene hacer descubrir también a
través del sacramento de la penitencia que, para un cristiano, es el camino
ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos
después del Bautismo.
La celebración de este sacramento adquiere un
significado particular para la vida familiar. En efecto, mientras mediante la fe
descubren cómo el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la
alianza de los cónyuges y la comunión de la familia, los esposos y todos los
miembros de la familia son alentados al encuentro con Dios «rico en
misericordia» (Ef 2, 4), el cual, infundiendo su amor más fuerte que el pecado,
reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar.
Esta capacidad depende de la gracia divina del perdón
y de la reconciliación, que asegura la energía espiritual para empezar siempre
de nuevo. Precisamente por esto, los miembros de la familia necesitan encontrar
a Cristo en la Iglesia a través del admirable sacramento de la penitencia y de
la reconciliación.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Tenemos experiencia de los beneficios del
Sacramento de la Penitencia en la vida familiar?
· ¿Acogemos la gracia del perdón en las dificultades
e incomprensiones?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
VIII.
LA FAMILIA, COMUNIDAD DE
ORACIÓN
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se
os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se
le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé
una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que
está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt 7, 7-11).
Reflexión
La oración hace que el Hijo de Dios habite en medio
de nosotros. A los miembros de la familia cristiana pueden aplicarse de modo
particular las palabras con las cuales el Señor Jesús promete su presencia: «Os
digo en verdad que si dos de vosotros conviniéreis sobre la tierra en pedir
cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt
18, 19-20).
La oración abre al amor hacia los
hermanos
En realidad, el sacerdocio bautismal de los fieles,
vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para la
familia el fundamento de una vocación, mediante la cual su misma existencia
cotidiana se transforma en «sacrificio espiritual aceptable a Dios por
Jesucristo» (cf. 1 Pe 2, 5). Las comunidades cristianas tienen que llegar a ser
auténticas «escuelas de oración», donde el encuentro con Cristo no se exprese
solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza,
adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el «arrebato» del
corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en
la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los
hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.
La educación de los hijos a la
oración
Los padres cristianos tienen el deber específico de
educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al
descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él: sobre todo
en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del sacramento
del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer
y a adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo.
La plegaria familiar tiene características propias. Es una oración hecha en
común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La comunión en la plegaria
es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los sacramentos del
bautismo y del matrimonio. Elemento fundamental e insustituible de la educación
a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo
orando junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio
sacerdocio real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas
que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar.
Es
significativo que, precisamente en la oración y mediante la oración, el hombre
descubra de manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica: en la
oración el «yo» humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como
persona. Esto es válido también para la familia, que no es solamente la «célula»
fundamental de la sociedad, sino que tiene también su propia subjetividad, la
cual encuentra precisamente su primera y fundamental confirmación y se consolida
cuando sus miembros invocan juntos: «Padre nuestro». La oración refuerza la
solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de
la «fuerza» de Dios.
La oración en familia y la oración
litúrgica
Una finalidad importante de la plegaria de la Iglesia
doméstica es la de constituir para los hijos la introducción natural a la
oración litúrgica propia de toda la Iglesia. De aquí deriva la necesidad de una
progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la
Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos,
de modo particular en los de la iniciación cristiana de los hijos.
La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de
la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Por
tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. La
catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental,
porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo
actúa en plenitud para la transformación de los hombres.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Qué ventajas provienen de la oración de los padres
junto con sus hijos?
· ¿Cuál es la relación existente entre oración en
familia y la oración litúrgica?
Las dos son necesarias.
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
IX.
LA FAMILIA, NÚCLEO Y FUENTE
DEL BIEN SOCIAL
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles,
a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de
todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los
creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus
bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.
Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu,
partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de
corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor
agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar» (Hch, 2, 42-47).
Reflexión
La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la
sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su
función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y
éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son
el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. Así la familia, en
virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a
las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social.
La familia: sujeto social
En efecto, la familia es una comunidad de personas,
para las cuales el propio modo de existir y vivir juntos es la comunión:
communio personarum (comunión de personas). Por eso la familia es la primera y
fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don
de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor
mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber
en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones
que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente
en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía
más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los
hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.
Todo niño es un don a los hermanos, hermanas, padres,
a toda la familia. Su vida se convierte en don para los mismos donantes de la
vida, los cuales no dejarán de sentir la presencia del hijo, su participación en
la vida de ellos, su aportación a su bien común y al de la comunidad familiar.
Verdad, ésta, que es obvia en su simplicidad y profundidad, no obstante la
complejidad, y también la eventual patología, de la estructura psicológica de
ciertas personas. El bien común de toda la sociedad está en el hombre que, como
se ha recordado, es «el camino de la Iglesia».
La misma experiencia de comunión y participación, que
debe caracterizar la vida diaria de la familia, representa su primera y
fundamental aportación a la sociedad. Las relaciones entre los miembros de la
comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la «gratuidad» que,
respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único
título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad
desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda.
Primera escuela de socialidad
Así la promoción de una auténtica y madura comunión
de personas en la familia se convierte en la primera e insustituible escuela de
socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en
un clima de respeto, justicia, diálogo y amor. De este modo la familia
constituye el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y de
personalización de la sociedad: colabora de manera original y profunda en la
construcción del mundo, haciendo posible una vida propiamente humana, en
particular custodiando y transmitiendo las virtudes y los «valores».
Como consecuencia, de cara a una sociedad que corre
el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto
inhumana y deshumanizadora, con los resultados negativos de tantas formas de
«evasión» —como son, por ejemplo, el alcoholismo, la droga y el mismo
terrorismo—, la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables
capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su
dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de inserirlo
activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad.
Derechos de la familia y derecho a la
vida
La solidaridad requiere también ser llevada a cabo
mediante formas de participación social y política. En consecuencia, servir el
Evangelio de la vida supone que las familias, participando especialmente en
asociaciones familiares, trabajen para que las leyes e instituciones del Estado
no violen de ningún modo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la
muerte natural, sino que la defiendan y promuevan.
La Carta de los Derechos de la Familia,
evidentemente, se dirige también a las familias mismas: ella trata de fomentar
en el seno de aquéllas la conciencia de la función y del puesto irreemplazable
de la familia; desea estimular a las familias a unirse para la defensa y la
promoción de sus derechos; las anima a cumplir su deber de tal manera que el
papel de la familia sea más claramente comprendido y reconocido en el mundo
actual.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿En qué sentido la familia es escuela de
socialidad?
· ¿Cuál es el rol de las familias en la tutela de los
derechos del hogar doméstico y en la protección de la vida desde el primer
instante de la concepción?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
X.
LA FAMILIA Y EL AMOR POR LOS
MÁS DÉBILES
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Pasando de allí Jesús vino junto al mar de Galilea;
subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo
cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los
curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban,
los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y
glorificaron al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento
compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no
tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en
el camino.” Le dicen los discípulos: “¿Cómo hacernos en un desierto con pan
suficiente para saciar a una multitud tan grande?”. Díceles Jesús: “¿Cuántos
panes tenéis?”. Ellos dijeron: “Siete, y unos pocos pececillos.” El mandó a la
gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando
gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la
gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete
espuertas llenas. Y los que habían comido eran cuatro mil hombres, sin contar
mujeres y niños. Despidiendo luego a la muchedumbre, subió a la barca, y se fue
al término de Magadán» (Mt 15, 29-39).
Reflexión
La función social de la familia no puede ciertamente
reducirse a la acción procreadora y educativa, aunque encuentra en ella su
primera e insustituible forma de expresión. Las familias, tanto solas como
asociadas, pueden y deben por tanto dedicarse a muchas obras de servicio social,
especialmente en favor de los pobres y de todas aquellas personas y situaciones,
a las que no logra llegar la organización de previsión y asistencia de las
autoridades públicas. La aportación social de la familia tiene su originalidad,
que exige se la conozca mejor y se la apoye más decididamente, sobre todo a
medida que los hijos crecen, implicando de hecho lo más posible a todos sus
miembros.
Apertura solidaria a todos los hombres como
hermanos
Animada y sostenida por el mandamiento nuevo del
amor, la familia cristiana vive la acogida, el respeto, el servicio a cada
hombre, considerado siempre en su dignidad de persona y de hijo de Dios. La
caridad va más allá de los propios hermanos en la fe, ya que «cada hombre es mi
hermano»; en cada uno, sobre todo si es pobre, débil, si sufre o es tratado
injustamente, la caridad sabe descubrir el rostro de Cristo y un hermano a amar
y servir. La familia cristiana se pone al servicio del hombre y del mundo,
actuando de verdad aquella «promoción humana»: otro cometido de la familia es el
de formar los hombres al amor y practicar el amor en toda relación humana con
los demás, de tal modo que ella no se encierre en sí misma, sino que permanezca
abierta a la comunidad, inspirándose en un sentido de justicia y de solicitud
hacia los otros, consciente de la propia responsabilidad hacia toda la sociedad.
En especial hay que destacar la importancia cada vez
mayor que en nuestra sociedad asume la hospitalidad, en todas sus formas, desde
el abrir la puerta de la propia casa, y más aún la del propio corazón, a las
peticiones de los hermanos, al compromiso concreto de asegurar a cada familia su
casa, como ambiente natural que la conserva y la hace crecer. Sobre todo, la
familia cristiana está llamada a escuchar el consejo del Apóstol: «Sed solícitos
en la hospitalidad» (Rm 12,13), y por consiguiente en practicar la acogida del
hermano necesitado, imitando el ejemplo y compartiendo la caridad de Cristo: «El
que diere de beber a uno de estos pequeños sólo un vaso de agua fresca porque es
mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa» (Mt 10, 42).
La injusta distribución del bienestar entre los
países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo, entre ricos y pobres al
interior de una misma nación, el uso de los recursos naturales a favor de unos
pocos, el analfabetismo masivo, la permanencia y el resurgimiento del racismo,
el nacimiento de conflictos étnicos y conflictos armados tienen, por los
general, un efecto devastador sobre la familia.
El servicio a los pequeños, débiles y
pobres
El servicio al Evangelio de la vida se expresa en la
solidaridad. Una expresión particularmente significativa de solidaridad entre
las familias es la disponibilidad a la adopción o a la acogida temporal de niños
abandonados por sus padres o en situaciones de grave dificultad. El verdadero
amor paterno y materno va más allá de los vínculos de carne y sangre acogiendo
incluso a niños de otras familias, ofreciéndoles todo lo necesario para su vida
y pleno desarrollo.
Los Padres de la Iglesia han hablado de la familia
como «iglesia doméstica», como «pequeña iglesia». «Estar juntos» como familia,
ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de
cada hombre como tal, de «este» hombre concreto. A veces puede tratarse de
personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse
la sociedad llamada «progresista». Incluso la familia puede llegar a comportarse
como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fácilmente de quien es
anciano o está afectado por malformaciones o sufre enfermedades. Se actúa así
porque falta la fe en aquel Dios por el cual «todos viven» (Lc 20, 38) y están
llamados a la plenitud de la vida.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿En qué modo la apertura de la familia contribuye a
la madurez del hogar?
· ¿En qué modos se puede realizar la efectiva
solidaridad, en la caridad?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
XI.
LA FAMILIA PREPARA Y SIGUE
A LAS FAMILIAS JÓVENES
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«Pasados los dos días, partió de allí para Galilea.
Pues Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria.
Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento,
porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues
también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde
había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba
enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a
Galilea, fue donde él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a
morir. Entonces Jesús le dijo: “Si no veis señales y prodigios, no creéis.” Le
dice el funcionario: “Señor, baja antes que se muera mi hijo.” Jesús le dice:
“Vete, que tu hijo vive.” Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho
y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le
dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había
sentido mejor. Ellos le dijeron: “Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre.” El
padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: “Tu hijo
vive”, y creyó él y toda su familia» (Jn 4, 43-53).
Reflexión
En nuestros días es más necesaria que nunca la
preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar. En algunos países
siguen siendo las familias mismas las que, según antiguas usanzas, transmiten a
los jóvenes los valores relativos a la vida matrimonial y familiar mediante una
progresiva obra de educación o iniciación. Pero los cambios que han sobrevenido
en casi todas las sociedades modernas exigen que no sólo la familia, sino
también la sociedad y la Iglesia se comprometan en el
esfuerzo.
La preparación de los hijos al
matrimonio
Son notables los esfuerzos e iniciativas emprendidas
por la Iglesia de cara a la preparación para el matrimonio, por ejemplo, los
cursillos prematrimoniales. Todo esto es válido y necesario; pero no hay que
olvidar que la preparación para la futura vida de pareja es cometido sobre todo
de la familia. Ciertamente, sólo las familias espiritualmente maduras pueden
afrontar de manera adecuada esta tarea. Por esto se subraya la exigencia de una
particular solidaridad entre las familias, que puede expresarse mediante
diversas formas organizativas, como las asociaciones de familias para las
familias. La institución familiar sale reforzada de esta solidaridad, que acerca
entre sí no sólo a los individuos, sino también a las comunidades,
comprometiéndolas a rezar juntas y a buscar con la ayuda de todos las respuestas
a las preguntas esenciales que plantea la vida. ¿No es ésta una forma
maravillosa de apostolado de las familias entre sí? Es importante que las
familias traten de construir entre ellas lazos de solidaridad. Esto, sobre todo,
les permite prestarse mutuamente un servicio educativo común: los padres son
educados por medio de otros padres, los hijos por medio de otros hijos. Se crea
así una peculiar tradición educativa, que encuentra su fuerza en el carácter de
«iglesia doméstica», que es propio de la familia.
Acompañar las jóvenes familias
Esto vale sobre todo para las familias jóvenes, las
cuales, encontrándose en un contexto de nuevos valores y de nuevas
responsabilidades, están más expuestas, especialmente en los primeros años de
matrimonio, a eventuales dificultades, como las creadas por la adaptación a la
vida en común o por el nacimiento de hijos. Los cónyuges jóvenes sepan acoger
cordialmente y valorar inteligentemente la ayuda discreta, delicada y valiente
de otras parejas que desde hace tiempo tienen ya experiencia del matrimonio y de
la familia. De este modo, en seno a la comunidad eclesial —gran familia formada
por familias cristianas— se actuará un mutuo intercambio de presencia y de ayuda
entre todas las familias, poniendo cada una al servicio de las demás la propia
experiencia humana, así como también los dones de fe y de gracia. Animada por
verdadero espíritu apostólico esta ayuda de familia a familia constituirá una de
las maneras más sencillas, más eficaces y más al alcance de todos para
transfundir capilarmente aquellos valores cristianos, que son el punto de
partida y de llegada de toda cura pastoral. De este modo las jóvenes familias no
se limitarán sólo a recibir, sino que a su vez, ayudadas así, serán fuente de
enriquecimiento para las otras familias, ya desde hace tiempo constituidas, con
su testimonio de vida y su contribución activa.
En la acción pastoral hacia las familias jóvenes, la
Iglesia deberá reservar una atención específica con el fin de educarlas a vivir
responsablemente el amor conyugal en relación con sus exigencias de comunión y
de servicio a la vida, así como a conciliar la intimidad de la vida de casa con
la acción común y generosa para edificación de la Iglesia y la sociedad humana.
Cuando, por el advenimiento de los hijos, la pareja se convierte en familia, en
sentido pleno y específico, la Iglesia estará aún más cercana a los padres para
que acojan a sus hijos y los amen como don recibido del Señor de la vida,
asumiendo con alegría la fatiga de servirlos en su crecimiento humano y
cristiano.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Cuál es el mejor modo con el que los padres pueden
preparar a los hijos al matrimonio y a la vida familiar?
· Apostolado de las familias cristianas hacia todas
las familias: ¿cómo ayudar a los jóvenes esposos en los primeros años de
matrimonio?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
XII.
LA FAMILIA, SANTUARIO DE LA
VIDA
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
«El ladrón no viene más que a robar, matar y
destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el
buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que
no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las
ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es
asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco
mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi
Padre y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10, 10-15).
Reflexión
El cometido fundamental de la familia es el servicio
a la vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición original del
Creador, transmitiendo en la generación la imagen divina de hombre a hombre (cf.
Gn 5, 1-3).
Familia y vida, binomio
inseparable
Es, pues, decisiva la responsabilidad de la familia:
es una responsabilidad que brota de su propia naturaleza —la de ser comunidad de
vida y de amor, fundada sobre el matrimonio— y de su misión de custodiar,
revelar y comunicar el amor. Se trata del amor mismo de Dios, cuyos
colaboradores y como intérpretes en la transmisión de la vida y en su educación
según el designio del Padre son los padres. Es, pues, el amor que se hace
gratuidad, acogida, entrega: en la familia cada uno es reconocido, respetado y
honrado por ser persona y, si hay alguno más necesitado, la atención hacia él es
más intensa y viva.
La familia está llamada a esto a lo largo de la vida
de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. La familia es
verdaderamente el santuario de la vida..., el ámbito donde la vida, don de Dios,
puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a
que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico
crecimiento humano. Por esto, el papel de la familia en la edificación de la
cultura de la vida es determinante e insustituible.
Como iglesia doméstica, la familia está llamada a
anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida. Es una tarea que
corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo
cada vez más conscientes del significado de la procreación, como acontecimiento
privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para
ser a su vez dado. En la procreación de una nueva vida los padres descubren que
el hijo, si es fruto de su recíproca donación de amor, es a su vez un don para
ambos: un don que brota del don.
Educar los hijos al respeto a la
vida
Es principalmente mediante la educación de los hijos
como la familia cumple su misión de anunciar el Evangelio de la vida. Con la
palabra y el ejemplo, en las relaciones y decisiones cotidianas, y mediante
gestos y expresiones concretas, los padres inician a sus hijos en la auténtica
libertad, que se realiza en la entrega sincera de sí, y cultivan en ellos el
respeto del otro, el sentido de la justicia, la acogida cordial, el diálogo, el
servicio generoso, la solidaridad y los demás valores que ayudan a vivir la vida
como un don.
Aun en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la
acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía
en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa
libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y
austero, convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que
tiene.
La tarea educadora de los padres cristianos debe ser
un servicio a la fe de los hijos y una ayuda para que ellos cumplan la vocación
recibida de Dios. Pertenece a la misión educativa de los padres enseñar y
testimoniar a los hijos el sentido verdadero del sufrimiento y de la muerte. Lo
podrán hacer si saben estar atentos a cada sufrimiento que encuentren a su
alrededor y, principalmente, si saben desarrollar actitudes de cercanía,
asistencia y participación hacia los enfermos y ancianos dentro del ámbito
familiar.
Reflexiones del sacerdote o del animador
Diálogo
· ¿Cómo transmitir a los hijos el sentido y el valor
de la familia?
· ¿Cuáles son los momentos privilegiados para educar
a los hijos en acoger la vida concebida y en respetarla en su ocaso?
Compromisos
Ave María
Reina de la Familia, ruega por nosotros
Plegaria por la familia
Canto final
Plegaria por la
Familia
Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo
y en la tierra,
Padre, que eres Amor y Vida,
haz que cada familia humana sobre la tierra se
convierta,
por medio de tu Hijo, Jesucristo, «nacido de Mujer»,
y mediante el Espíritu Santo, fuente de caridad
divina,
en verdadero santuario de la vida y del amor
para las generaciones que siempre se renuevan.
Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras
de los esposos
hacia el bien de sus familias
y de todas las familias del mundo.
Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la
familia
un fuerte apoyo para su humanidad
y su crecimiento en la verdad y en el amor.
Haz que el amor
corroborado por la gracia del sacramento del
matrimonio,
se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y
cualquier crisis,
por las que a veces pasan nuestras familias.
Haz finalmente,
te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia
de Nazaret,
que la Iglesia en todas las naciones de la tierra
pueda cumplir fructíferamente su misión
en la familia y por medio de la familia.
Tú, que eres la vida, la Verdad y el Amor,
en la unidad del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
(Juan Pablo II)
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BIBLIOGRAFÍA
Concilio Vaticano II, Constitución pastoral «Gaudium
et spes» (7 de dicembre de 1965)
Pablo VI, Exhortación apostólica «Evangelii
nuntiandi» (8 de diciembre de 1975)
Juan Pablo II, Exhortación apostólica «Familiaris
consortio» (22 de noviembre de 1981)
Carta de los Derechos de la Familiade la Santa Sede
(22 de octubre de 1983)
Catecismo de la Iglesia Católica(21 de noviembre de
1992)
Juan Pablo II, Carta a las Familias «Gratissimam
sane» (2 de febrero de 1994)
Juan Pablo II, Carta Encíclica «Evangelium vitae» (25
de marzo de 1995
Juan Pablo II, Carta apostólica «Novo Millennio
Ineunte» (6 de enero de 2000)